Daniel Peredo en la familia peruana
Apenas un par de holas y apretones de mano. Es lo que tuve de contacto directo con Daniel Peredo en todos estos años. Sin embargo, a Daniel parecía que lo conocía de toda la vida. Creo que la sensación es la misma para millones de peruanos que sin tener una relación amical han sentido su partida como la de un familiar o amigo. Y es que Daniel, Dani o cabezón como le decían sus patas, se había instalado en el corazón de las familias. Ya sea a la hora del desayuno dominguero con esos partidos programados a las 11: 30 de la mañana en el Alberto Gallardo, o los clásicos encuentros de las 3: 30 de la tarde justo para el almuerzo familiar o en las noches a golpe de 8 pm cuando la muchachada hacía las previas para la salida del sábado. Daniel se había ganado un lugar en la mesa familiar, desayunaba, almorzaba y cenaba con nosotros. Sus relatos eran parte de nuestra cotidianidad. A través de la pantalla o más recientemente a través de las ondas radiales, conversábamos, discrepábamos y discutíamos contigo. Siempre respetuosamente. Porque si algo te diferenciaba de muchos es que eras siempre alturado, algo que muchos no tienen.
Su prematura muerte nos deja no obstante una lección. Dani murió en lo suyo. Jugando una pichanga como tanto le gustaba con sus amigos. Murió luego de narrar un partido intenso como el Alianza – Sporting Cristal, tan intenso como sus emociones que descargaba al describir una jugada. Murió tras relatar la eliminatoria que llevó al Perú a un mundial después de 36 años. No podrá relatar los partidos de la selección en la fase final de la justa mundialista, pero tranquilo cabezón que el mundial comenzó en aquel Colombia – Perú en Barranquilla aquel domingo 8 de octubre de 2015. Daniel, sí narraste el mundial desde el inicio y no solo uno, sino varios con la selección peruana. Relataste la mejor fase de los mundiales, esa fase en la que las frustraciones y alegrías se mezclan cada fecha.
Descansa en paz Daniel. El periodismo deportivo peruano tiene ante sí su mayor reto: mantener y superar el gran legado que tú les has dejado.